Era invierno y a Álex siempre le había gustado el frío propio de esta época del año. Cuando era pequeña, le encantaba ponerse la bufanda y los guantes y pasar las horas jugando en la nieve, tal y como ahora hacían los niños que veía desde la ventana. Incluso de mayor, el invierno seguía siendo su época del año favorita. Pero aquella mañana, al mirar a la calle desde la ventana de su pequeño salón, había decidido que no iba a salir, iba a quedarse en casa todo el día y pasar la tarde leyendo aquel libro que había empezado y que había conseguido engancharla desde el primer momento en que lo abrió. Y eso era justo lo que había hecho: después de levantarse tarde, se había dado una ducha de agua caliente, puesto ropa cómoda y se había preparado algo ligero para comer. Al mediodía, había comido, echándole un vistazo al periódico y otro a Lucas, el viejo pastor alemán que había vivido siempre con ella, primero cuando aún vivía con sus padres y, después, siendo su único compañero de piso en los dos años que ya habían pasado desde que había decidido alquilar aquel pequeño ático para tener un poco de independencia. Después de comer, se preparó un termo de café, cogió su botella de agua, la manta de cuadros regalo de su abuela y su novela y se tumbó en el sofá, dejando un hueco a sus pies que él no tardó en ocupar, dispuestos a pasar así toda la tarde.
miércoles, 9 de enero de 2008
Invierno
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